Haciendo realidad sueños
Y allí estaba, imponente y majestuosa;
enclavada en el medio de mi corazón.
Hube de subirla peldaño a peldaño.
Tardé meses en llegar a ella.
Pero lo hice.
Muchos me hablaron sobre sus significados,
que ya había habido otros antes que yo,
que no sería el último, que estaba lejos, etc.
Pero ninguno deseó tanto escalar su inmensidad.
Recorrerla, mirar desde ella el mundo que me
rodeaba,
adentrarme en sus secretos.
Entonces aprendí que vivir no es solamente ser
yo,
sino ver el mundo desde otros ángulos.
Desde todos los ángulos.
Por eso me decidí.
Me apoyé en ella,
observé cada uno de sus resquicios,
leí todo lo que se había escrito al respecto,
y al encontrarnos comprendí que yo era solo un
grano de arena en el desierto.
Que vagaba sin rumbo, pero ella estaba allí,
y que nos encontraríamos algún día,
aunque fuera luego de medio siglo
de nuestras vidas compartidas en paralelo.
De esas experiencias que uno sabe que está
viviendo,
pero no lo nota, hasta que una luz lo ilumina
y se da cuenta de que ha vivido preso.
De sus miedos, de sus deseos.
Apocalípticamente, el desenlace fue como estaba
escrito:
fuimos uno, ella de piedra, y yo fuego.
Pero nos fundimos, como lava fueron nuestros
cuerpos,
y desembocaron en un afluente de ríos que llevan
a océanos.
Y viajé a su lado.
Como si siempre hubiéramos estado juntos,
me pareció un sueño convertido en realidad.
Porque la vida se trata de eso, de convertir en
realidad nuestros sueños.
Yo, como un viajero virtual, que todo lo devora
con su intelecto.
Ella, estática, permanecía impertérrita ante el
tiempo,
sin ningún tipo de lastre, se dejó llevar por
mis proyectos.
Juntos, contemplamos más allá del horizonte,
y no fue porque hubiéramos sido diferentes,
sino porque nos encontramos a medio camino
en el momento perfecto.
Cuando yo no podía pedir más a la vida,
y ella necesitaba eso:
vivir, pero de la mano de alguien que no
estuviese anclado al presente ni al pasado,
que deseara un futuro más complejo,
que bosquejara lo que vendría,
y lo hiciera realidad.
Y así fue, ella piedra y yo fuego.
Desde la primera vez que nos vimos,
nos sentimos encadenados uno al otro, de por
vida.
Así que no conté los peldaños, y la escalé.
Y a mitad de camino, volví sobre mis pasos,
como si me hubiese olvidado de algo.
Pero no, el momento fue intenso.
Ella me dijo: “Hasta luego”.
Y yo seguí bajando hasta el suelo.
Y le prometí que volvería.
Y lo haré, o moriré en el intento...
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