Eloí, Eloí, Lamá Sabactani (colaboración)

Infausto aquel momento
que guardaba en su retina
trajinar acongojado, lento,
camino hacia la colina…

Una bolsa entre sus harapos
huyendo de sus pesares
traía consigo el desgraciado,
peso muerto en sus andares.

Tormenta separó la tierra
del enfurecido cielo,
una paloma alzó vuelo
rumbo a la vida eterna.

Entre el gentío singular,
tres veces cantó el gallo
y escondiose el truhán,
como si lo partiera un rayo.

Un beso dado en la mejilla,
antorchas ardían en el jardín.
Fue tierno, mas no lo amaba:
el judío sabía qué le esperaba.

Los soldados la verían,
-era la señal indicada-
para poderle distinguir;
su corazón dejaría de latir.

Oyó una carcajada
-creció dentro su temor-
¡él era el gran traidor!
caía el agua en cascada.

Dos clavos y un madero
gemidos tenues, un lamento:
allí exhaló el Nazareno
exánime, su último aliento.

Treinta denarios el botín
por haberlo traicionado,
ya estaba siendo juzgado
castigo merecido, sin fin…

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