El tren

Sabía que el tren iba a pasar. Lo hacía cada día, a la misma hora. El progreso era implacable. Desde que Richard Trevithick había inventado el tren en 1802, hacía algunas décadas, el mundo había entrado en una vorágine imparable. Y el pueblo en el que vivía no era la excepción. Por eso le habían elegido sheriff, y su trabajo lo había llevado a esa situación. Ahora no podía escapar. Debía afrontar las consecuencias de sus decisiones. Algunas buenas, y otras desacertadas. Como intentar evitar él solo el atraco al banco local. Los asaltantes eran muchos y despiadados. Pero él era la Ley en el lugar y su labor era repeler todo intento de quebrantarla. Y así lo hizo. O al menos lo intentó. Y por eso ahora se encontraba en este aprieto. De lejos oyó el sonido de la locomotora, y el pitido que el maquinista usaba para avisar que el arribo era inminente. Al principio hubo rechazo hacia el tren, pero luego la aceptación fue universal. La máquina de vapor, motor inicial de la Revolución Industrial, tiraba de él a velocidades considerables ya, y eso le hizo recordar escenas del pasado, cuando era mozo y tenía el mundo en sus manos. Su casamiento y luego la paternidad. Las escenas se sucedieron como ramalazos, y el sudor comenzó a perlar su frente, desprovista de pelo ya, por el paso de los años. Sin embargo, no sintió miedo, sino la satisfacción del deber cumplido. Luego de un intenso tiroteo donde había abatido a tres de los seis asaltantes, los sobrevivientes en represalia lo habían dejado maniatado y amordazado sobre las vías del tren, el cual avanzó inexorablemente hacia el tramo donde él se encontraba...

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