El safari

Habían caminado todo el día bajo un sol abrasador. Tenían sed y estaban famélicos. No podían descansar, no muy lejos les esperaban sus familiares. Los mosquitos y el denso follaje hacían el sitio casi impenetrable. Pero su tezón también era conocida. Podían pasar el día entero persiguiendo el rastro de su presa. Y la olían. Eran maestros en el arte de cazar. Y lo hacían de manera sobrecogedora, siempre guardando alguna pieza como trofeo. De uno la cabeza, de otro un hueso, la piel e incluso dientes, con los cuales llegaban a hacer collares, utilizados como amuletos. Esta vez estaban cerca de una presa que les permitiría subsistir varios días. Lo percibían en el aire. Era enorme. Dejaba rastros inconfundibles, y el olor que emanaba de ella era un aliciente para su empeño. Y debían sobrevivir. Esa era la consigna, no podían desperdiciar la oportunidad. Cualquiera fuese el animal que lograran cazar, les permitiría subsistir hasta el siguiente, y así desde que el mundo era mundo. Sus antepasados también eran carnívoros, pese a que la dentición no apoyaba esa teoría; el mero gusto por la carne, ya fuera cruda, asada, guisada o frita, hacía que siempre salieran de cacería. Y esta vez no era la excepción. Podían estar horas esperando a su presa, y luego abatirla en un abrir y cerrar de ojos. Y así lo hicieron. Se precipitaron sobre los miembros del safari, y esa noche cenaron a cuerpo de rey. El canibalismo era una práctica que habían heredado de sus ancestros, y esa noche durmieron plácidamente, soñando con que acertara a pasar otro safari por su territorio de caza...

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El amor no tiene fronteras II (a Leticia)

Lo aposté todo (a Leticia)

Tu melena