El perezoso (una fábula)

Salía de paseo entre semana
gastaba el dinero que no tenía
se bañaba solo cuando llovía
y comía como una alimaña.

Dejó de estudiar sin dar cuenta,
muchas afrentas había cometido,
tuvo alrededor de mil y un amoríos
y consiguió trabajo a los treinta.

Fue cuando ingresó a la Marina;
pronto dejó de usar el uniforme,
con la comida no estaba conforme
y no le gustaba para nada la rutina.

Ningún empleo, ninguno le servía:
este porque ganaba muy poco,
en el otro porque madrugar debía,
tan solo de sus padres él vivía.

Hasta que la ley de la vida le llegó:
solo, muy solo, al fin y al cabo quedó,
recorriendo las calles de la ciudad
sin tener siquiera dónde pernoctar.

¡Cuántos perezosos hay en el mundo!
Que confían en que poseerán todo
que nunca caerán de bruces en el lodo
y creen que el tiempo es todo suyo,

Nútrete de toda la experiencia ajena
libérate ya del improductivo ocio,
levántate cuando aún queda rocío
y verás cómo al final valdrá la pena...

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