El cielo será mi testigo (a Leticia)
de que te amé desde un principio,
cuando yo padecía el invierno
y tú disfrutabas del cálido estío.
Que nuestros corazones latían al unísono,
que tuve aciertos y también desatinos,
pero lo que más importó en nuestro idilio
fue que te amé y llené cada resquicio.
Que transformé mis otrora silencios
en tardes amenas y llenas de bullicio,
que supe hacer mil y aún más sacrificios
y sobre todo, que nada fue subrepticio.
Que surqué cielos y también mares,
que salvé escollos y salté abismos,
que a veces fueron mis sollozos
los que expresaron optimismo.
Que me gradué magna cum laude
en el arte de hacerte feliz a diario,
que hice esfuerzos y no hubo fraude,
que soporté estoicamente el desafío.
Que me levanté cada mañana con bríos
que no importara que tu fueras creyente
y yo tan solo uno más de los impíos,
que siempre fui contigo indulgente
como son los padres que adoran a sus hijos;
que jugué con cada una de las palabras
y sobre todo, que jamás te infligí castigo,
pues mi vida a tu lado fue siempre un paraíso...
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