Despedí tu sombra (a Leticia)

Dicen los ancianos en mi pueblo
que ni en tu sombra debes confiar
cuando estás en el cementerio
y en el antiguo arte de amar.

Sin embargo yo de ellos dudé
y recibí un infame castigo
el cual tengo bien merecido
pues con toda mi alma te amé.

En tus gruesos labios encontré
El Dorado y la tierra prometida
te hice mi primer querida
y reinamos sobre Chapultepec.

Sobre las gotas del rocío
descalzos ambos corríamos
e inertes sobre el pasto
tras amarnos languidecíamos.

En tus pupilas reflejabas
la angustia y el tormento
los dolores y el lamento
de una raza indígena aniquilada.

En tu pelo y en tu piel
los rayos del sol anidaban
como lo hacían en Tenochtitlán
antes de la llegada de Cortés.

Tus ojos como los del zacatuche
-también conocido como teporingo-
me hacían permanecer en el limbo
y al tacto parecías un peluche.

En tu poesía mexicalense resumías
toda la pasión y el encanto
-cuando versos para mi componías-
que suelen ser la causa del llanto,
de las largas horas de letanía
y el motivo por el que te quise tanto...

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